Su trayectoria es la de un coloso. Como a un superhéroe, su Disco de Uranio –una distinción exclusiva por haber vendido más de 50 millones de copias– lo convierte en poderoso “porque eso es cariño, el cariño de la gente”. Pero aún siendo gigante, él ama las cosas pequeñas. “Unos huevos fritos, coger en brazos a mis nietos, una llamada de Natalia...”. Su nombre aparece desde hace más de medio siglo en neones de teatros de todo el mundo, marcando esa “ph” mítica de su nombre, Raphael.

Pero, en un alto en el camino, nos recibió en su casa, donde repone fuerzas porque “ya no voy con prisas”. Su enfermedad, de la que está completamente recuperado, le hizo ver que descansar no es tan malo y ahora confiesa que da gracias a la vida cada nueva mañana en que se mira al espejo para afeitarse. Sentado entre recuerdos de sus conciertos y fotografías de sus hijos; de los Reyes; con sus amigos Rocío Jurado, Manuel Alejandro, la duquesa de Alba, García Marquez y, cómo no, abrazado a Natalia, su mujer, podría parecer que el cantante mira al pasado. Pero no. Aprieta sus manos de leyenda y suelta: “Lo mejor tiene que venir mañana. No hay que perder nunca la ilusión del que está empezando”.

¿Cómo te encuentras?

- Estoy bárbaro. Fenomenal. La enfermedad es lo mejor que me ha pasado en la vida. Hasta hace poco pensaba que la mejor experiencia eran mis hijos, pero salir airoso de aquello y estar como estoy, que estoy estupendo. Tengo que pasar mis chequeos, pero es increíble. A veces, cuando me estoy afeitando, me miro y digo: “Sigo aquí. Y estás tremendo, Raphael”. Un milagro, ¿no?

¿En qué te ha cambiado la enfermedad?

- En muchas cosas. He aprendido, por ejemplo, que hay que ir por la vida sin prisas. Desde hace ocho años voy así; aunque me veas trabajando mucho, ya no estoy agobiado. El dolor que tuve fue horroroso y las cosas, vistas desde el dolor, dejan de tener la importancia que creías. Descubres que lo verdaderamente importante son las cosas normales, las de todo el mundo, las pequeñas.

50 años de carrera pero 40 con Natalia. ¿Cuál es la receta para manteneros unidos?

-Natalia y yo hicimos un proyecto de vida, de querernos, de tener hijos, de tener esta casa, de tenernos el uno al otro y de tener ilusión por estar siempre juntos.

Pero ella no te acompaña mucho.

- Nunca. Se queda en segundo término siempre. Natalia es una mujer única, maravillosa, que sabe muy bien el cuándo, el cómo y el porqué de las cosas. Sabe que trabajando soy muy aburrido, que estoy muy centrado, prefiere que yo haga mi trabajo y luego, viene a verme. Y cuando termina el concierto, hacemos cuartel general en casa. Si canto fuera, yo la siento aunque esté lejos.

Pues con lo que has sido tú para el pabellón femenino...

- ¿Celos? Ella sabe muy bien su sitio y está muy segura de sí misma. Y de mí. Nos hemos querido sin condiciones.

Ahora es tu hijo Manuel quien sigue tus pasos en la música.

- Le encanta y a mí me encanta que le encante. Yo no le aconsejo.

¿Por qué?

- No le hace falta. Él dice que el mejor consejo lo ve todos los días en casa. Tampoco quiero que tenga el peso de su padre... Que vuele solo.

¿Y tú sobre qué estás volando?

- ¿Yo? No vuelo. Siempre estoy de exámenes. Me los pongo a diario. En los escenarios y en la vida. ¿Sabes en qué consisten? En ser feliz y dar al público y a mi familia lo que ellos me han dado a mí.

¿Cómo carga las pilas Raphael?

-En esta profesión no se puede estar a medias. O estás del todo o no salen las cosas. Ahora es cuando estoy poniendo en práctica todo lo que he aprendido en estos 50 años. Esta es la mejor época. De ahora en adelante, vendrá lo mejor. Ya sé hacer las cosas. Y salgo al escenario con el convencimiento de que puedo hacerlo todo. Ya no tiemblo de miedo al salir a escena.

¿Miedo?

-Sí, miedo. Hubo un tiempo en que me veía en el Madison o en el Olympia de París y temblaba. Ahora no. Ahora disfruto mucho, como el público o más. Tengo el mismo ímpetu que en la juventud. Eso sí, el día que lo pierda, me voy de vacaciones y punto pelota.

¿Has pensado alguna vez en dejar los escenarios?

-No podría nunca. La persona que nace artista, muere artista. No lo puedes abandonar.

¿Te arrepientes de algo?

-De nada. Hasta de las cosas que no he hecho bien he aprendido.

¿De las camisas negras tampoco?

-(Risas) No, para nada. Estreno una cada día. Y eso que antes las sudaba, ahora ya no. No sudo.

50 años al máximo, ¿cuál es la clave?

-La ilusión. El día que no tenga ilusión, se terminó. Tengo tanta que hoy me parece que, en vez de llevar 50 años en esto, estoy empezando.