El miércoles viene mi hermana Esther a recoger a mi madre. No me gusta que viaje sola. A mi hermana le hacen gracia mis andanzas. Le cuento que uno de los ejercicios que hacemos en clase de interpretación es caminar de manera sigilosa.


Se lo ejemplifico, nos echamos unas risas y entonces mi madre, que ha asistido en silencio a la conversación, pronuncia una frase demoledora: “Hijo mío, con todas las cosas que haces yo no sé cómo no estás hecho un palillo”. Bonita manera de llamarme redondo sin pestañear. Peor parada salió mi hermana Ana. El sábado me presenté en Barcelona para almorzar con mi familia y Ana empezó a abanicarse con la carta del menú porque me confesó que estaba a punto de pasar la menopausia. Al ratito apareció un camarero y al ver a mi hermana tan sofocada le preguntó si quería que subiéramos el aire. “Sí, por favor”, respondió ella. “Mejor -comenzó a rematar mi madre-. Es que ya está empezando con los calores… Con los calores de la edad”. Mi hermana y yo no sabíamos donde meternos. Luego mi madre dijo que no había dicho lo que nosotros habíamos oído perfectamente pero la verdad es que diga lo que diga da igual. Nos resulta imposible enfadarnos con ella.