Aunque P. podría hacer deporte en casa prefiere ir a un gimnasio extramuros porque dice que le gusta ver a hombres sudados mientras hace pectorales. Yo, sin embargo, prefiero no salir porque así puedo machacarme escuchando a Paloma San Basilio a todo volumen, que es algo que me daría mucha vergüenza hacer si estuviera rodeado de maromos.


Pero hace poco llegó P. de entrenar y me confesó consternado: “Me he sentido mayor y con un poquito de barriga”. Intenté consolarlo pero no creo que lo consiguiera: “Hijo mío, es que ya tienes cuarenta años. No pretenderás tener el cuerpo de uno de veinte”.  Mientras él piensa en hacerse retoques, yo me los hago. Ahora mismo tengo el cuello como la bruja Úrsula de 'La sirenita' porque me han toqueteado a ver si me lo rebajan. Las grandes estrellas somos así: aprovechamos nuestras merecidas épocas de descanso para luchar contra la ley de la gravedad. Mientras escribo esta reflexión pienso en Alex García, Hugo Silva, en mi Martiño Rivas. ¿Dónde encontrarán ellos la verdadera felicidad? Porque levantarse diariamente con esos cuerpos y esas caras debe provocar muchísima insatisfacción. No poder ir a mejor siempre genera angustia. No les envidio.