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Qué bien se maneja en las mayorías absolutas pero qué poco tino cuando se ve obligada a dialogar. A escuchar.
Cuando estaba alejada de la política se recogían de vez en cuando algunas de sus declaraciones y provocaban cierta gracia por ofensivas. Ahora, en plena campaña electoral, cuando te da miedo ir a la cocina de tu casa por temor a que te la encuentras haciéndote un huevo frito mientras solicita tu voto, aparece Aguirre en todo su esplendor y nos da miedo.
Se está rebelando como una política faltona, farfullera y con nula capacidad para aceptar la crítica. Ella no es responsable de nada: los malos son siempre los demás, esos demás que han conseguido engañar a una sexagenaria como ella. Lo de “sexagenaria” se encarga de recordárnoslo continuamente para que la tratemos con piedad aunque ella no la tenga con sus adversarios. Especialmente con Manuela Carmena, que está consiguiendo sortear con elegancia las zafias y burdas trampas que le está tendiendo Aguirre.
Esperanza canta y baila cuando va a la tele. Nos haría gracia si supiéramos que detrás de ese desparrame existe una política seria. Y no. Si fuera seria no hubiese tenido la osadía de presentarse a la alcaldía de Madrid después de los clamorosos casos de corrupción que se produjeron durante su etapa como presidenta de la Comunidad.