Veo a María Dolores de Cospedal en un mitin con Rita Barberá, Rajoy y Fabra entre otros. Como hay asistencia masiva de medios de comunicación, Cospedal decide ponerse una sonrisa en la boca. Se equivoca. Es un complemento que no le queda bien. No está hecho para ella. Como no sabe llevarla, la sonrisa le queda triste, como a esos clowns decrépitos que actúan en bares descascarillados. Cospedal no es simpática, qué le vamos a hacer. Es un mujer adusta y grisácea. Si fuera la estancia de una casa sería una habitación interior, pequeña y fría como una despensa antigua. Nada que ver con Cristina Cifuentes, que sería un balcón con vistas a una plaza mayor.

 

María Dolores de Cospedal podría ser una mujer guapa si viviera en Ibiza y frecuentara calas nudistas pero se ha empeñado en codearse con los Floriano y González Pons y así no hay quien tenga buena cara. Debe ser duro, como secretaria general del PP, salir diariamente a intentar vender motos destartaladas. El trabajo le está pasando factura. Yo me la imagino como esa vecina siempre quejicosa porque los chicos que viven justo encima de su piso no paran de hacer fiestas y pasárselo bien. Si fuera ella, me compraba un Inter Rail y, mochila al hombro, me lanzaba a recorrer mundo en busca de la lozanía desperdiciada.