Por las redes sociales algunos me dicen que les he decepcionado por atacar a Belén y otros me critican por ser tan pelota con ella. O sea, que si tengo que hacer caso de lo que me digan voy a acabar tarumba perdido.

 

No me gustan ciertas actitudes de Belén y cuando salga me sentaré a hablar con ella para explicarle el por qué de mi decepción. Pero de ahí a participar en la cremá de la Esteban hay un trecho que no estoy dispuesto a cruzar. Hablamos de su participación en un programa de televisión con la misma solemnidad que analizamos las decisiones del Banco Central Europeo.

 

Lo malo no es lo que está haciendo Belén dentro de la casa sino lo que está sucediendo fuera. Si ya de por sí muchas veces resulta complicado justificarla, la tarea se vuelve imposible si la sometemos a un continuado examen microscópico. Estoy empezando a sentir pena por ella y no me gusta. Por otra parte, me parece bochornoso la cantidad de odio que destilan miles de mensajes en las redes. Hacia ella y hacia compañeros que la defienden. No sólo están siendo insultados. También amenazados. Me preocupa su salida. En cuanto le pongan unos cuantos vídeos se va a echar las manos a la cabeza porque algunos de sus comportamientos le van a horrorizar pero Belén, que es más lista que el hambre, tiene una oportunidad de oro para enderezar el rumbo y no enrocarse en el “Yo soy así”,  ese mantra que repite constantemente y que  tanto daño le está provocando.

 

Una de las cosas que más está llamando la atención de su comportamiento es que jamás da las gracias por nada. Pues bien: a la salida tendrá la oportunidad de empezar a hacerlo por toda esa gente que está partiéndose públicamente la cara por ella. Belén es caprichosa, marimandona, infantil y agotadoramente excesiva, pero sobre todo es muy vulnerable. Los que la queremos –entre los que me incluyo– tenemos que empezar a diseñar la estrategia emocional para que su paso por ‘GHVIP’ le dañe lo menos posible.