Hacía tiempo que Pablo Iglesias no daba una entrevista, así que el sábado me puse a ver ‘La Sexta Noche’ a ver qué contaba y cómo se desenvolvía. Iglesias dio el sábado la peor entrevista de todas las que le he visto, y ya llevo unas cuantas a mis espaldas. Ha perdido el tono. No es lo mismo dar un mitin que estar en un plató. Si antes Iglesias cautivaba porque no perdía los nervios durante sus intervenciones, el sábado me provocó rechazo: trató con desprecio a los periodistas que le preguntaban, respondiéndoles con un chirriante tono de perdonavidas.  Habló de la imperiosa necesidad de cambio pero fue incapaz de contar cómo llevarlo a cabo.

 

Elevó a los altares de la ética a Juan Carlos Monedero con argumentos tan naif que sonrojaba escucharlos. Decía una y otra vez:  “Un asesor fiscal le habría aconsejado que facturase sus servicios de consultoría a través de paraísos fiscales y no lo ha hecho”,  afirmación que me parece una afrenta para la plana mayor de los asesores fiscales de este país. Por no hablar de la cara de imbécil que se me quedó –y todavía no se me ha ido– cuando Iglesias remató su explicación contándonos que Monedero prefirió pagar impuestos en España. Que no se nos olvide organizar una romería para agradecérselo. Repitió varias veces que a partir de ahora se culpabilizaría a Podemos de asesinar a Kennedy o de decirle cosas al oído al toro que mató a Manolete, y cayó en el grandísimo error de llamar varias veces “Pantuflo” a Eduardo Inda.

 

Pablo Iglesias estuvo borde, antipático, escasamente pedagógico, malhumorado y prepotente. Si la entrevista se hubiera desarrollado en el plató de ‘Tómbola’ el público le hubiese abucheado como a Carmina Ordóñez.