Cataluña es una tierra cuya historia, costumbres, riqueza cultural y carácter están fuertemente modelados por el mar. Un crisol de civilizaciones abierto al Mediterráneo. No existe mejor forma de sumergirse en ella que aceptando la invitación del buen tiempo y recorrer su costa de norte a sur, desde Portbou (Gerona), bonita localidad de pescadores que colinda con Francia, hasta la región fértil del Delta del Ebro (Tarragona). Un trayecto que transcurre por lugares de incomparable belleza bañados por el mar y a través del que podremos aproximarnos a la idiosincrasia de cada pueblo, cada región y cada costa, y disfrutar de amaneceres y puestas de sol espectaculares, y también de sus productos y gastronomía.

Porque nada tiene que ver el relieve escarpado y salvaje de la Costa Brava –cuajado de preciosas calitas y pueblos con tanta solera como la daliniana Cadaqués o las exclusivas zonas de Pals y Begur–, con las amplias y sinuosas playas de arena dorada del Maresme o las aguas poco profundas desde el Garraf hasta la Costa Dorada. El 'stendhalazo' está asegurado en todas partes de este itinerario, advertimos.

Como gran beneficiaria de influencias llegadas desde el mar, merece la pena hacer parada en el imponente monasterio románico de Sant Pere de Rodes (S. X), desde donde hay una vista privilegiada del Cap de Creus y el Golfo de Roses; el yacimiento arqueológico de Empuries; Mataró y Barcelona para empaparse de las mejores muestras del modernismo catalán; Sitges, conocida como el Caribe barcelonés y por su festival de cine; y Tarragona, una auténtica ciudad museo y máxima expresión del arte romano.

Y para que se asimile mejor todo lo admirado y aprendido, qué mejor que hacerlo degustando productos típicos y deliciosos como las anchoas de L'Escala, las gambas rojas de Palamós, los arroces de Pals o del Delta del Ebro, el vino de Alella, o ponerse fino con un 'suquet de peix de roca' o a base de langostinos, pulpos y boquerones en Alcanar (Tarragona).