Parece mentira que hayan pasado 10 años desde que vimos enamorarse locamente a Michelle Jenner y a Hugo Silva en la pequeña pantalla. Ella hacía de una lolita que quedaba prendada de un compañero policía de su padre, él se tenía que debatir entre lo que era correcto y lo que su corazón le dictaba. Vamos, que tuvimos tensión sexual no resuelta para varias temporadas. Ahora Jenner y Silva se reencuentran, y lo hacen en la película ‘Tenemos que hablar’ y lo hacen derrochando la misma química que tenían una década atrás.
Como pareja resultan de lo más creíble en pantalla, ellos dicen que es por la buena relación que existe entre ambos, y que la han ido alimentando a lo largo de estos años. Se lo han chivado a Pablo Motos en ‘El hormiguero’ que continuaba maravillado con la armonía que se desprendía de cada una de sus miradas. En ‘Tenemos que hablar’, Hugo y Michelle son una pareja en trámites de divorcio, el personaje de él se metió en todos los negocios que no debía (Forum Filatélico, las Preferentes…) y dio al traste con su matrimonio y con la economía de la familia del personaje de ella.
![Michelle Jenner y Hugo Silva, química pura después de 10 años](data:image/svg+xml,%3Csvg xmlns="http://www.w3.org/2000/svg" viewBox="0 0 630 354"%3E%3C/svg%3E)
Además, han descubierto que su primer encuentro no se produjo en ‘Los hombres de Paco’, sino algunos años antes, cuando Michelle era solo una adolescente de 14 años pero ya trabajaba como dobladora (su padre es uno de los mejores) y se la presentaron a Hugo en un estudio, puesto que él también iba a doblar un personaje.
Durante la entrevista en el programa de Motos, además de hablar de lo estupendo que ha sido este reencuentro (sobre todo laboral, porque personal nunca hubo separación per se), Michelle habló de una de sus actualizaciones en redes sociales de lo más virales. En ella, publicada en Instagram, reflexionaba sobre toda la presión que se ha impuesto a las mujeres para que estas estén permanentemente perfectas, mientras que ellos necesitan mucho menos. A nosotras no se nos admite una imperfección, por lo que sentimos no solo la presión de fuera, sino también la que nosotras, educadas de ese modo, nos autoimponemos.