En los famosos cuadros de pintura flamenca, de bodegones impresionantes, con cántaros de vino, frutas, caza, embutidos y quesos, debería aparecer él, Mark Vanderloo. Es holandés, como Vermeer o Heda, y como a ellos le chifla disfrutar de la vida. Dejó atrás Nueva York, los cinco vuelos diarios para acudir a pasarelas y ‘shootings’ fotográficos. Lo cambió todo por Ibiza. Es consciente que debe seguir trabajando, que no se vive de lo que cae de los árboles, aunque él tiene su propia huerta y no cambia los tomates ibicencos por nada del mundo. Por una copa, a lo mejor, pero antes tiene que probarla. Hace unas semanas le dieron un nuevo combinado de Licor 43 y sólo porque le gustó, decidió aceptar el trabajo y ser imagen de la firma. Sigue estando guapísimo. Con alguna arruguilla más, pero con una sonrisa que a nadie le extraña que sea feliz. Feliz padre de dos hijos que, no obstante, desea que se independicen cuanto antes.

La primera vez que te entrevisté, te estabas fumando un puro. Ahora, con una copa… A ti lo de disfrutar de los placeres de la vida no se te escapa…

¿Fumando un puro? Ah sí. Es posible. Es que disfrutar es muy importante. Yo disfruto mucho. Hace unas semanas, estaba bebiendo con mi socio, con el que quedo solo para trabajar, estábamos en Ibiza y me dijo, en catalán: “Mark es la primera vez que te veo relajado en dos años”. Imagínate. (risas). Pero eso es lo que pasa cuando vienes a mi isla, que te relajas. Esa es la razón por la que me fui de Nueva York.

¿Porque te faltaba tiempo para estar a gusto?

Es que si no te tomas tu tiempo para ti, ¿para qué vives? ¿no?

¿No echas de menos tu época de supermodelo?

Estaba todo el día corriendo. Toda la semana corriendo, corriendo… Los zapatos me duraban una semana. Cinco vuelos en tres días. Correr, correr, correr. ¿Cómo lo voy a echar de menos?

¿Pero este parón a qué se ha debido? ¿A la paternidad?

Yo disfruto mucho de mis niños. Y sé que tengo que trabajar. Que debo trabajar. Pero trabajar con cierta tranquilidad. Viajar, pero no como algo habitual. ¿Tú sabes lo que es llegar a casa y tener un tomate en el jardín que te puedas comer con la cena?. Eso no tiene precio. Un tomate de mi tierra. De mi huerto. Te sabe riquísimo. De hecho, cualquier cosa, te sabe mejor. Yo bebo mucho más ahora que antes. Me sienta mejor.

Pero porque antes tenías que cuidar la línea…

Es que ahora puedes estar borracho toda la semana y no pasa nada. No se te nota (risas) Lo más importante es cómo te sientas. Yo, en Nueva York, he estado con las mismas copas que me puedo tomar en mi casa, en un banco. Tu alrededor es lo que cuenta. Hoy estoy aquí contigo en un ‘penthouse’ de lujo, hablamos, relajadamente, nos reímos, y salen bien las cosas. Tu entrevista y la mía. Porque tenemos calidad de vida. En este momento por lo menos. No es lo mismo, que salir del metro, ir corriendo, tomarte conmigo una cerveza sin disfrutarla. No sale igual. Lo que tú y yo estamos haciendo ahora nos da hasta salud.

Lo tuyo es mucho

(risas) Esto me lo dio España

¿De verdad?

España. Te lo juro. España es muy importante para mí. Ibiza. Llegar a la isla y que te llegue a la nariz el olor a romero, a pino.

Total, que hay que arrastrarte para traerte…

Me tiene que gustar mucho lo que me obligue a irme. Esta copa la probé hace dos semanas. Yo siempre bebo vino o cerveza. Pero Cuando me propusieron este trabajo dije, dádmelo a probar y si me gusta, voy. Ahora me muevo por las emociones. Para todo en la vida.

Y ese nuevo esquema de prioridades te lo dio el país, la madurez, tu familia… ¿Romie y los niños son todo en tu vida?

Debo decir que sí (risas)

¿Cómo?

Imagínate (risas). Mis niños leen español, inglés y holandés. Si se meten en internet y leen tu pregunta y ven que papá dice que no, no me dejan volver a casa. Y eso que no tienen ni  4 años recién cumplidos.

¡Qué morro tienes!

Los quiero muchísimo, pero hay un estudio hecho en Holanda muy interesante. Se trata de un barómetro para ver cómo es la felicidad de la gente. Y según este estudio, cuando la gente es soltera está en un punto, pero en el momento en que te juntas con alguien, ese nivel, hace shiiiiip y baja, y cuando tienes bebés vuelve a hacer shiiiiiip y vuelve a bajar (risas). Sólo cuando los niños van creciendo, el índice de felicidad va subiendo y cuando se van de casa, resulta que llegas al mismo punto de felicidad a cuando estabas soltero. (risas). ¿No te parece una locura? Toda la vida para llegar al mismo lugar donde ya estuviste. Y más de 3000 personas coincidían en eso.

Pero es la vida, ¿no?

Claro. Son las responsabilidades, el trabajo, la edad que te hace cambiar… Pero el caso es que de los 38 a los 50 puede ser que seas menos feliz. Y eso no pasará a mí… Pero es posible.

Luchas para que no te pase…

Y depende también de mi mujer ¿eh? (risas)

¿Cómo conociste Ibiza? ¿Con Esther?

Estuve mucho antes de conocer a Esther. Hice una publicidad para Peugeut cuando vivía en París. Era para todo el mundo, pero una agencia española se interesó por mí. Gusté tanto en España que querían hacer anuncios conmigo. Hice siete anuncios para un coche cuya vida como mucho son 6 años… Me invitaron, recuerdo, a un salón de coches y para firmar en España y fueron tan, tan, tan cariñosos, tan calientes, para nada pesados, con una energía que me dije: Tengo que ir al país de donde viene esta gente. Y luego la comida. El vino…

¿Y Esther?

Y Esther. Con ella fue con quien dije, vamos a comprar una casa. Pero cuando estuve solo fue realmente cuando decidí que no quería más Nueva York. Y sólo había un destino. Este.

Esther, para la memoria de los españoles, está indefectiblemente unida a ti, ¿pero para ti que significa? ¿Es parte de tu pasado? ¿Mantienes relación?

No he vuelto a hablar con ella en mucho tiempo… Pero tengo un buen recuerdo de Esther. Esa mujer es buena. Tiene muy buen corazón. Tiene el corazón caliente.