“Lo que he tenido no es una enfermedad, es una contingencia”, así explicaba María Teresa Campos a los medios lo que le había pasado, nada más recibir el alta médica. Su intestino había sufrido una pequeña oclusión, algo de lo más normal, por eso no quiere que su nombre quede asociado al termino que más inquietud y rabia le provoca, “enferma”. Ahí radica el gran miedo con el que luchará a partir de ahora.

Tras dar las gracias a la prensa por su dedicación estos últimos días, y por el trato recibido, quería dejar clara una cosa: “A mí no me gustaría que ahora quedase como que María Teresa es la enferma permanente. Son circunstancias de la vida. Tengo buena salud, y, claro, pasa el tiempo y a todos nos pasan cosas, pero las mías suenan más que las de los demás”. Ella, mujer fuerte, independiente y que siempre ha gozado de una tremenda vitalidad, odiaría que esta estancia en el hospital le colgara el sanbenito de que tiene ‘una salud delicada’. Ella lo ve desde otro lado mucho más positivo. “Soy toda una afortunada”.

Es cierto que en los últimos meses ha vivido dos sustos, un ictus y esta suboclusión, pero del primero se recuperó estupendamente sin que le quedase secuela alguna, y lo segundo es algo que pasa con mucha frecuencia, por lo que nada le aterraría más que arrastrar el cartel de “enferma”, cuando ella desea lucir, orgullosa, el de “suertuda”.

Además, ha logrado vencer uno de sus grandes miedos: pronunciar la que, para ella, era una palabra maldita, cáncer. “He tenido la gran fortuna de superar, ya sabéis que me cuesta mucho decir el nombre de esa enfermedad, pero me voy a quitar esa tontería. Me la voy a quitar hoy. Yo superé un cáncer”. Y así fue como se quitó uno de sus grandes terrores, por eso espera que, ahora que ha dado este importante paso, no la conviertan en la ‘enferma oficial’ y sí en la ‘afortunada oficial’.