Llevaban 25 años juntos. Diego ‘El Cigala’ y Amparo habían sido pareja durante un cuarto de siglo y esa noche ella ya no estaba a su lado. Él se encontraba en Los Ángeles, la ciudad lo esperaba para rendirse a su duende y no los podía decepcionar. ‘The show must go on’, que cantaba Queen. Aunque hacía escasas horas que estrenaba viudedad. Su Amparo se le había ido.

Aunque nadie en el auditorio estadounidense pudo acertar a saber qué le pasaba al artista, él volvió a desnudar su alma y a dejarse las cuerdas sobre el escenario. Nadie sospechó nada. Él nada dijo. Acudió a cantar y eso fue lo que hizo. Ofrecer al público un espectáculo soberbio, aunque tuviera el corazón roto de dolor.

Entre bambalinas, uno de los hijos de Amparo, tan deshecho como Diego, se maravillaba con el ejercicio de fuerza y entereza que estaba realizando el cantaor. Dejó sus emociones a un lado, y se centró en hacer música, en engatusar a un público que se entregó a su talento.

Quien lo viera ahí sentado, con su voz ronca sonando sin quebrarse una sola vez, jamás habría podido imaginarse la estampa que sucedía minutos antes al llegar él a la ubicación del concierto. Con el alma destrozada, arrastrando los pies y casi sin fuerzas para sostenerse, ese Diego distaba mucho del que después se erguía sobre las tablas. En el backstage, él pedía remedios para ocultar que hacía horas que no paraba de llorar la pérdida de su compañera. Amparo lo había dejado después de haber peleado contra el cáncer y haber perdido el pulso.

Diego hizo lo que ella hubiera querido que hiciera, tirar para adelante, subirse al escenario y comérselo a bocados. Este fue el mejor homenaje que ‘El Cigala’, sin saberlo nadie, pudo haber ofrecido a la memoria de su mujer.