Aunque parece que no, estamos asistiendo a un momento histórico. Al menos, en los términos televisivos que manejamos actualmente. La tiranía de las audiencia ha encontrado en Cámbiame al pequeño pueblo galo que resistía frente al Imperio Romano. ¿Cómo es posible que un programa que se renueva prácticamente a diario siga existiendo? Lejos de llevarnos las manos a la cabeza, deberíamos estar agradecidos. Nos hemos acostumbrado demasiado a la inmediatez, a no dejar recorrido a los espacios. Si en dos entregas no pasa del 20% de share, se elimina. Así no conseguiremos nada. Por suerte, tenemos Cámbiame... Y a Carlota Corredera.

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Fiona Ferrer

Era algo que se veía venir. ¿Cuántos cambios de estilismo puede aguantar un ser humano sin hartarse? Tampoco muchos. La mecánica de las transformaciones pecaba de rigidez cuando las cabezas pensantes de la productora decidieron darle un vuelco. Tenían que recuperar el interés del público y no iba a ser tarea fácil. Incluso llegaron a grabar un piloto sin estilistas ni presentadora. Tan solo una cámara siguiendo al participante y un redactor coordinándolo todo. Podría haber funcionado aunque no a esas alturas. De hecho, optaron por la versión contraria: fichar a más gente y darles protagonismo.

Si algo sabe hacer La fábrica de la tele es crear personajes. Bastó un día para que Paloma, la nueva estilista, tuviese un tremendo enfrentamiento con Natalia -'arrancarse el micrófono' es una de las mejores frases del momento- y se convirtiese en noticia. A los pocos días, se sometió a un tercer grado en directo y lloró. Ya estaba todo hecho. Peor suerte han corrido Fiona Ferrer, Manuel Zamorano y Moncho. Un programa no puede ser un circo de tres pistas. Si la mecánica no se entiende, la gente cambia de canal. Basta con darle al botón. Parece mentira que nadie recuerde Cámbiame Premium. ¡Y no deberían olvidarlo!

Desde entonces, cada día es una novedad. Bailan de las transformaciones de famosos al análisis de la actualidad, pasando por nuevas secciones a las que nadie encuentra sentido. Nunca sabes lo que ocurrirá en el cortijo de Carlota. Asistimos, en primicia, a una lluvia de ideas con público incluido. Probar lo que funciona e irse adaptando. Algo más propio de los despachos que del plató, pero, una vez más, como experimento es de lo más atractivo -otra cosa es que consigan su objetivo-. Cámbiame se ha convertido en el vehículo para hilar El programa de AR con Sálvame sin que los espectadores se den ni cuenta. Un continium infinito del reality Mediaset. Y ahí están, aguantando el tipo.

Sería absurdo pensar que gran parte de este esfuerzo descansa en otros hombros que no sean los de Carlota Corredera. Su prueba de fuego como presentadora titular ha terminado siendo un regalo envenenado. Un reto diario que exige cambiar de registro constantemente. Y lo pasa con nota. Pocos son capaces de saltar de la frivolidad al desgarro con semejante soltura. Corredera controla los tiempos como nadie. Sabe dónde incidir, qué preguntar y cómo parar un plató. Se sofisticó estilísticamente para mimetizarse con el entorno, se ganó el respeto de los veteranos y supo llevárselos a su terreno. Carlota es protagonista, incluso cuando parece que intenta no serlo.

Puede que el formato no sea el suyo -el descubrimiento de Cámbiame sigue siendo el fascinante Pelayo- pero las oposiciones continúan. Nunca se sabe cuándo puede quedarse vacante el puesto de reina de las mañanas -Dios, perdón, AR no lo quiera-. Tiempo al tiempo.